viernes, 27 de julio de 2012

Viviendo.


Tengo de fondo la ceremonia de inicio de los juegos olímpicos. A un lado a mi madre y al otro a mi yaya. Las tres tenemos una sonrisa tonta en la cara que mezcla curiosidad y placer, nos está gustando. En general, cuando estamos en el chalet todo parece muchísimo mejor de lo que es, así que hoy estamos de gala. En pijama, sí, pero de gala.

El otro día estuve pensando en la fortuna, en lo afortunada o desafortunada que soy, así que sí, por egocéntrico que suene, estuve pensando en mí. Pero para pensar en mí no pude evitar pensar en los demás. Algo que, según la gente que me quiere, hago demasiado. Pensar en los demás. Pocas veces decido qué hacer sin pensar antes en cómo ello afectará a la gente que me rodea. Eso no me gusta. O ha dejado de gustarme.
Creo que he abierto los ojos en ese sentido. “Te quiero y estás haciendo que me pierda disfrutar de ti, de cómo eres tú”. Algo así me dijo (seguramente no tan bonito, porque él es de decir las cosas, simplemente decirlas). Y le quiero tanto que no quiero que se me pierda.

Observo como miles de personas toman sus decisiones, no pretendiendo hacer daño a propósito a nadie, pero sin pensar tan a fondo en los daños colaterales que puedan crear al tomar el rumbo de su vida de la forma que más desean. Así debe ser. Eso es VIVIR. No perjudicar de manera intencionada a nadie, pero tampoco cohibirte en cada una de tus elecciones por ver la mínima posibilidad de que alguien salga perjudicado.

Está claro que no puedo cambiar a estas alturas mi forma de ser, ni mi forma de pensar. Siempre he sido fiel a mis valores e ideales (mejores o peores; acertados o no) y siempre me ha costado mucho dar mi brazo a torcer… ¡imaginaos con mi forma de ser! Pero, en definitiva, hay gente que me quiere… o eso creo, o eso dicen. Y me sobra.
Y aunque en ocasiones salga perjudicada, mi carácter es este. Soy leal. Soy fiel. Y mientras en mis manos esté, jamás te fallaré.



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